Curiosidad. Esa es la cualidad que ha permitido a nuestra alumna Andrea Rodríguez Alarcón destacar en una carrera donde sus pares femeninas son una abrumadora minoría: solo 1 de cada 100 mujeres con educación universitaria en nuestro país estudian Física o Química. Desafiando las estadísticas, Andrea nos comparte su trayecto en la pasión de su vida: el fascinante universo de la física.
Aunque hoy no se imaginaría en otra carrera, Andrea confiesa —con una sonrisa tímida— que su vocación por la física empezó “un poco tarde”. Las matemáticas eran sus cursos favoritos, también disfrutaba la química, así que se proyectaba en alguna carrera de ingeniería o ciencias, pero sin mucha claridad.
Sin embargo, un regalo inesperado de su abuelo cambió su perspectiva. El libro “Breve historia del tiempo” de Stephen Hawking, donde leyó sobre descubrimientos científicos y teorías físicas que han cambiado el modo en que entendemos la realidad despertaron esa curiosidad que tenía guardada.
“Había cosas que leía que ni siquiera sabía que eran reales. Me asombró mucho y dije: me gustaría descubrir algo así”. Esa sensación de maravilla —sincera, real, casi infantil— la animó a comparar carreras, buscar más información y, finalmente, inclinarse por la Física.
Dada la competitividad académica en el mundo científico, fueron sus padres quienes le sugirieron considerar una universidad con proyección internacional. La PUCP se volvió, entonces, una opción natural: prestigio, exigencia, oportunidades.
La adaptación a la vida universitaria, recuerda, fue —en sus inicios— tranquila. Los primeros ciclos en Estudios Generales Ciencias fueron cálidos: primos, amigos del colegio, más compañeras mujeres en los salones. “Fue muy chévere… ya no te sentías la única”, relata. Porque al entrar a la Facultad, la experiencia cambió. En muchos cursos, Andrea era la única mujer. Y esa ‘etiqueta’, inconscientemente, pesa.
“Te sientes muy observada. Sientes presión por demostrar que las mujeres también somos capaces de obtener buenas notas”, cuenta con honestidad. No lo dice como queja, sino como testimonio y constatación de una barrera invisible que recae sobre ellas.
Pero el tiempo y, sobre todo, su propia disciplina, le permitieron entender que, especialmente en el mundo científico, el ensayo y error son parte del largo camino al éxito: “Me demostré que, aunque haya momentos en los que no entiendes o te frustras, si sigues intentando, te va a salir”, asegura.
Una frase sencilla, pero con la cual Andrea encierra un principio clave: la perseverancia como método científico aplicado a la vida.
Si bien todavía no ha definido un área específica de especialización, ya en octavo ciclo, hay cursos que han impactado en Andrea. Física Moderna fue uno de ellos: la película Interestelar, de pronto, cobró sentido. “Cuando vi sobre relatividad especial, todo cuadró. Ahí sentí que por fin la había entendido bien. Me pareció increíble”, detalla fascinada.
También confiesa sentirse asombrada por las partículas elementales —“lo que compone el mundo”, en sus palabras—, la mecánica cuántica y un curso que, entre risas, cuenta que todos temen: Técnicas Computacionales en Física. Pero a Andrea le entusiasma ese reto: programar, implementar algoritmos, visualizar resultados y descubrir, a través del código, nuevas formas de entender los problemas físicos.
Aunque la exigencia de la carrera, revela, a veces la ha apartado de actividades extracadémicas, sabe que es crucial disfrutar de las diferentes oportunidades que ofrece la universidad fuera de los laboratorios y aulas.
Este año, cuenta, participó por primera vez en la Semana de Ciencias e Ingeniería representando a “Maphia Cuántica” en la competencia de fútbol. “Nunca había jugado y pese a que perdimos, me ayudó a relacionarme con mis compañeros de otras especialidades”. Descubrió que involucrarse importa tanto como estudiar.
¿Y el futuro? Andrea no quiere dejar de aprender y nutrir su curiosidad: un posgrado, quizá en el área espacial. Y, más adelante, enseñar. “Cuando esté más viejita”, comenta con una sonrisa. Llegar a ser una referente femenina que todavía hace falta en la física.
Andrea sabe qué significa avanzar en un entorno donde aún hay brechas. Por eso su consejo a las nuevas generaciones es directo, casi urgente: “Que no les importe lo que otros piensen. Si lo siguen intentando, a su ritmo, lo van a lograr”.
Una invitación simple, pero poderosa: hacer ciencia sin pedir permiso.
Una resiliencia que aprendió de uno de los físicos más influyentes del siglo XX: Stephen Hawking. Lo admira por su capacidad de continuar, a pesar de la adversidad. Una historia que emula al forjar su propio camino en la física.
Andrea no quiere descubrirlo todo. Solo quiere descubrir algo. Algo que asombre. Algo que abra nuevas puertas. Un mundo donde la física no tenga género.