Logró superar la leucemia en su infancia y convirtió esa experiencia en motor de vida: hoy, Fiorella Ojeda, ingeniera biomédica PUCP, está a puertas de iniciar su doctorado becada por la Comisión Europa para investigar cómo el microambiente tumoral puede provocar la recaída del cáncer. Su historia es una apuesta por la ciencia, la empatía y un faro para abrir más caminos a mujeres en disciplinas STEM.
El primer laboratorio que conoció Fiorella no tenía cabinas de cultivo celular ni ratones transgénicos, sino paredes blancas y un olor metálico desesperanzador. Era una niña cuando la leucemia irrumpió en su vida y la obligó a permanecer entre hospitales y tratamientos, sin la certeza de cuándo saldría de allí. O de si realmente habría un cuándo.
Aunque Fiorella pudo superar el cáncer, también fue testigo del dolor de otros niños que no lo lograron. Esa vivencia sembró en ella el deseo de dedicar su vida a la investigación para que más pacientes pudieran tener un futuro distinto.
“A pesar de todo, yo tuve mucha suerte”, reconoce Fiorella al recordar esa etapa. Una historia que cuenta para explicarnos su vocación y profesión. Después de mucha reflexión, halló en la Ingeniería Biomédica un espacio donde la tecnología y la salud se unen para ofrecer esperanza a través de la ciencia aplicada.
No quería estar al pie de una camilla, pero sí detrás de los dispositivos, de las técnicas y en especial de las terapias que podrían cambiar el destino de los pacientes. Impulsada por ese deseo, dio inicio a una de las carreras más exigentes y demandantes de la actualidad.
Sus primeros años en la universidad le mostraron que estudiar ingeniería era mucho más que largas horas de estudio entre fórmulas y computadoras. Una de las lecciones más valiosas, recuerda, fue aprender que detrás de cada proyecto y prototipo había una persona: entendió que la ciencia, para ser útil, requiere empatía.
Un electrocardiógrafo portátil, un cinturón de monitoreo fetal, dispositivos que parecían ejercicios académicos se convirtieron en mecanismos de sensibilización: ¿qué necesita el paciente?, ¿qué lo incomoda?, ¿qué requiere el médico para tratarlo? Esa mirada integral la acompañaría hasta su campo de especialización en sus últimos ciclos: la ingeniería de tejidos.
“Un hidrogel puede cargar células madre para reparar una articulación”, explica Fiorella para ejemplificar su aplicación. Andamios biocompatibles, biorreactores que cultivan tejidos, terapias celulares que esperan su turno: no es solo ciencia, es la idea de que un paciente, en algún hospital, pueda volver a caminar, a mover la mano, a vivir sin dolor.
Tras cursar un máster en Biomedicina en la Universidad de Barcelona, donde combinó bioinformática y experimentación con modelos animales para descifrar la diferencia entre los procesos de regeneración y tumorigénesis en tejidos biológicos, sus profesores le comentaron sobre oportunidades de doctorado para seguir innovando en el campo de la ingeniería de tejidos con enfoque en investigación del cáncer.
Fiorella confiesa que aplicó a varios programas sin recibir una respuesta positiva hasta que postuló y ganó —tras un largo proceso— la beca de Marie Skłodowska-Curie Actions (MSCA) de la Comisión Europea, el cual financia proyectos de alto impacto en investigación, desarrollo e innovación de distinguidas instituciones europeas: las instituciones se unen para proponer un proyecto y los alumnos postulan según su afinidad.
En esta búsqueda, Fiorella encontró en el Instituto Nacional de Investigación en Salud y Medicina (INSERM) de Francia —uno de los más reconocidos en oncología del mundo— una investigación alineada a sus intereses: el linfoma folicular, un cáncer silencioso.
El foco no está solo en el tumor principal, sino en el microambiente que lo aloja y, en particular, en la médula ósea: ese “refugio” donde algunas células malignas migran, sobreviven a las terapias y, años después, detonan la recaída. Así que este proyecto busca mapear esa guarida: ¿qué señales permiten a esas células sobrevivir?, ¿qué hace la médula para protegerlas?, ¿cómo neutralizarlas antes de que reaparezcan?
El impacto de esta investigación es único: los pacientes que sufren una recaída podrían beneficiarse de tratamientos que neutralicen esa “zona de escape”. Y el horizonte es más amplio: entender la biología de la médula ósea ilumina la investigación en otras enfermedades; como la anemia, los diferentes tipos de leucemia y otros trastornos de la sangre.
Aunque el doctorado implica nuevamente distanciarse del país, su meta es llevar este conocimiento al Perú. Estudiará pensando en los peruanos que no tienen acceso a terapias modernas en los hospitales sin recursos, y en las vidas que vio perder de niña por falta de la tecnología adecuada. Su sueño no es solo dirigir su propio laboratorio, sino hacerlo aquí, con muestras nacionales que permitan desarrollar terapias pensadas para nuestro contexto.
Fiorella no habla desde el dramatismo, sino desde la experiencia. “Apliqué como a 10 maestrías; me aceptó una. Como a 10 doctorados; me aceptó uno. No me rendí”.
Esa perseverancia, trenzada con empatía y metodología, es la brújula de su propia historia. También es un mensaje para todas las mujeres que dudan si hay lugar para ellas en la ciencia y la ingeniería: el mundo STEM, para seguir creciendo, necesita la tenacidad, la pasión y, sobre todo, la visión de sus colegas mujeres. Fiorella es el vivo ejemplo.