Testigo de las carencias en salud de su ciudad natal, nuestra estudiante aprendió que con la Ingeniería Biomédica podía transformar esta realidad. A través de ARIS, un robot con monitorización emocional para la adaptación de prótesis y rehabilitación de mano, demostró a nivel internacional que la robótica social tiene futuro en el Perú.
Falta de dispositivos médicos, tecnologías poco desarrolladas y diagnósticos tardíos. Ese fue el desolador escenario que presenció Alexandra Espinoza Terrazos durante la pandemia de la COVID-19 en su natal Oxapampa, cuando se vio obligada a regresar de Lima por la cuarentena a nivel nacional.
Para ese entonces, todavía era estudiante de Física en Estudios Generales Ciencias. Pero ver de cerca las precarias condiciones de salud al interior del país despertaron un llamado en Alexandra: que sus habilidades científicas produzcan soluciones reales y tangibles en la sociedad.
Así fue que decidió apostar por la Ingeniería Biomédica, una carrera que unía estos dos mundos: la ingeniería y la medicina, y con la cual podría mejorar la calidad de vida de las personas a través del diseño y creación de dispositivos, equipos y tecnologías médicas.
La PUCP, confiesa Alexandra, más que complicada, fue diferente. No solo por los laboratorios y recursos avanzados a su disposición, también por la competitividad y exigencia de sus compañeros. Una intensidad académica que le permitió descubrir campos que, en Oxapampa, jamás había explorado. Como la robótica.
Si bien en muchos cursos dentro de nuestra Facultad tuvo la oportunidad de convivir con esta área, Alexandra veía un potencial más especial: “Quería hacer un proyecto por mi cuenta, no simplemente algo de un curso. Quería que tuviera sentido personal”, recuerda. Fue así que decidió postular al Laboratorio de Ingeniería Biomecánica y Robótica Aplicada (LIBRA) de nuestra universidad.
Allí, junto a profesores como Dante Elías, coordinador del Laboratorio, y Sebastián Caballa, quien sería su asesor, aprendió sobre la robótica social: una tecnología que no se limita a funcionar, sino que acompaña. Que no solo mide, sino que también escucha.
Ese fue el inicio de ARIS. Un pequeño robot con forma de oso que nació para responder a una necesidad real: ayudar a pacientes que empiezan a usar una prótesis y abandonan el proceso de rehabilitación, muchas veces no por el dolor físico, sino por la carga emocional que conlleva esta transición.
ARIS nos muestra el lado más humano de la robótica. Tiene cámara, micrófono y la capacidad de registrar expresiones faciales y tonos de voz. Su tarea no es reemplazar al especialista, sino complementarlo. Mientras el fisioterapeuta guía los ejercicios, ARIS observa lo invisible: frustración, ansiedad, estrés.
Al final de cada sesión, ARIS guarda un registro. Un reporte emocional que permite al especialista anticiparse, ajustar, acompañar mejor.
Y hay un detalle que lo hace más humano: tiene nombre y apariencia amigable. Además de buscar la precisión técnica, Alexandra y su equipo procuraron darle identidad y cercanía al proyecto. Un osito que, en lugar de intimidar, invita a confiar.
Debido a su innovadora propuesta, el profesor Caballa alentó a Alexandra —y a su compañero Alexander Martinez— a postular sus proyectos a la International Conference on Social Robotics, uno de los eventos más prestigiosos y competitivos del área, en el que también participan investigadores y alumnos de posgrado de todo el mundo.
A través de la redacción de un short paper, Alexandra no solo fue aceptada para presentar su póster, también participaría del concurso de diseño de robots, donde tendría que exponer en inglés ante un auditorio lleno en Nápoles.
Entre investigadores de Italia, Japón y Estados Unidos, ARIS despertó curiosidad. “Les importaba la robótica social, y me dieron feedback para buscar otras experiencias fuera de Perú. Pero sin perder el enfoque de que el proyecto sea para el país”, rememora.
Además del networking y la retroalimentación de especialistas de todo el mundo, este viaje le demostró a Alexandra que ARIS tiene futuro. Puede crecer. Puede cruzar fronteras.
Aunque la robótica social en nuestro país todavía no cuenta con la inversión y apoyo que podría encontrar en otras áreas de su carrera, Alexandra se proyecta trabajando en ingeniería clínica, pero —a la par— desarrollando un proyecto con su sello personal: que se acerque a las personas y humanice la robótica.
Si bien en la conferencia fue testigo de la mayoría masculina que predomina en esta industria, Alexandra prefiere enfocarse en que cada vez hay una mayor representación femenina: “Busquemos referentes como ejemplo para saber que sí es posible para las mujeres seguir el camino de la ciencia”, reflexiona.
Y Alexandra es uno de esos ejemplos. Una joven que creció frente a carencias de salud, pero que decidió transformar esa ausencia en motivación. Que entendió que la tecnología también puede ser humana y empática.